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martes, 22 de marzo de 2011

Querida Maggie,


Querida Maggie,

Phillip siempre decía que la guerra es la demostración tangible de que no hay humanidad en los seres humanos. No estoy de acuerdo, yo creo que la humanidad no tiene nada que ver, lo importante es como utilizamos nuestra humanidad. Durante estos nueve meses he enterrado a tantos amigos que no alcanzo a recordar su número, cada noche hago memoria para no olvidar sus rostros y sus nombres, aunque creo que todo lo que acontece en una guerra debería borrarse. ¡Al diablo con la deuda que tenemos con la historia! Si algún día hubo una deuda yo no la contraje, no debería estar aquí, matando a críos de dieciocho años que deberían estar perdiendo el tiempo, que es lo que hacen los chicos a esa edad, rondando a chicas, emborrachándose y, en definitiva, intentando ser felices de una manera irracional. Críos que son tan víctimas de los titiriteros que mueven sus hilos, como lo fue Phillip y como lo soy yo.

El mes pasado auxilié a un compañero herido (algunos dicen que lo salvé, yo creo que lo puse en situación de que otros pudieran salvarlo). Por esa acción (gran heroicidad al parecer) hace dos días me dieron una condecoración, que después me quitaron, dijeron que la guardarían para cuando tuviera sentido lucirla, es decir, o para cuando ganemos la guerra o en mi funeral. Una condecoración… ¿te lo puedes creer? ¡Me dan una condecoración por matar críos! A Phillip jamás le dieron una condecoración… y era médico. No entiendo un mundo en el que a los que van armados se les dan medallas y a los que llevan batas se les conceden reproches.

Estoy pensando en desertar. Sé que leerán esto, me da igual, si vienen y me encuentran les diré que lo pensé mejor; y si vienen y no me encuentran no tendré nada que decir. ¿Te llega la soldada? Supongo que no, creo que el mes pasado me pagaron con la paga del anterior. Es complicado saber quien es el enemigo, ¿el que te mata a balazos o el que te mata de hambre? En fin, Phillip podría haberme dicho que este lodazal de sufrimiento podía durar más que un embarazo. Por una vez Maggie supero a la condición femenina, soporto un parto pero no obtengo premio al final, a pesar de sufrir contracciones todo el tiempo.

No logro dormir, no porque me reconcoman los remordimientos, sería un hipócrita si dijera que es eso, aunque no significa que me parezca bien. No, no duermo porque el enemigo no me deja, cuando no es fuego de mortero son bengalas deslumbrándome, ¿cuándo se dejaron de respetar las reglas de la guerra? Las reglas de la guerra, en fin…  Quizás si me dejasen dormir un poco estaría suficiente descansado para matar enemigos, pero no lo estoy. Es curioso, cuanto más agotado me encuentro con más claridad pienso. Me gustaría tener ante mí a los desgraciados que nos han puesto en esta situación, les dedicaría algo más que un par de palabras, para empezar les haría oler mi uniforme de campaña y si eso no acaba con ellos les enseñaré las cuentas, el estraperlo está al orden del día en el frente, si supieran la de dinero que se pierde por tener a tanto chorizo por aquí, estoy casi seguro que existe un mercado negro entre ambos frentes. En realidad no los culpo, a fin de cuentas los del otro lado no son el enemigo, son simplemente gente que está ahí, que tiene armas y a quienes les han dicho “Eh, ahí están los malos, pegadles un tiro y tal vez os paguemos algo por ello”, lo mismo que a nosotros vaya.

El otro día uno de los correos trajo señoritas. La comandancia ni se enteró, y capitanía simplemente se molestó en pedir al correo que le escogiera a la más bonita. Así son las cosas. Yo ni me molesté en ponerme a la cola, para cuando me hubiera tocado hubiera cogido alguna mierda de ésas como la gonorrea o la sífilis. Aunque debo reconocer que ver a un grupo de chicas más o menos bonitas era reconfortante, digo más o menos porque mi percepción de la belleza femenina se ha diluido con el tiempo. En el frente hay mujeres, más de las que la comandancia está dispuesta a reconocer, y no son sólo sanitarias, muchas de ellas saben más del mal llamado “arte de la guerra” de lo que jamás sabrán muchos de los que nos mueven como fichas de ajedrez. Hay Alejandras por doquier, gracias a Dios, aunque también hay muchas Olimpíadas, todo sea dicho de paso.

Cuando marché creía que regresaría como un héroe, hoy sólo quiero regresar. No diré como todos los que me rodean que no sabía donde me metía, de algún modo todos los sabíamos, lo que quizás no sabíamos era que duraría tanto, esperábamos que fueran un par de meses, una victoria rápida y para casa, a celebrarlo por Navidad. Ya llevamos casi un año y creo que no hemos llegado ni al ecuador de este infierno. Muchos autores hablan y escriben acerca de los infiernos, un infierno en la tierra, un infierno en nosotros. Aún no he leído a ningún autor que hable del cielo, por bien tiene que haber un cielo si tan claramente se sitúa un infierno. Estoy seguro que si ahora mismo mi superior se presentara con una niña de tres años y me dijera: “Eh tú, soldado, si la matas se acabará la guerra” la mataría, seguro, no recuerdo la última vez que me movió una sensación distinta a la rabia, la ira o el sufrimiento. Quizás por esto te escribo, creo que la humanidad que me quedaba la dejé contigo en casa. Hoy sé que a mi regreso no la encontraré, la escondí demasiado bien.

Nos han colmado de promesas si ganamos, nos hablan de honores, reconocimiento y otras cosas superfluas que no llenan la barriga ni abrigan por las noches, de dinero procuran no hablar, espero llegar tullido, lo justo para cobrar una buena indemnización para toda la vida pero no demasiado como para no poder disfrutarla. Supongo que Phillip se avergonzaría si leyera todo esto pero desde que se marchó la guerra no ha sido la misma, supongo que de algún modo nunca ha dejado de ser la misma, pero con él todo era más sencillo, él era el que me animaba, el que sufría el calvario por los dos, yo me dedicaba a matar desconocidos, era la única preocupación que tenía.

La verdad es que llueve mucho. La marcha de ayer fue penosa, a un compañero le robaron su par de botas y tuvo que hacer el trayecto con los dos pares de calcetines que nos dan, cuando llegó estaba tiritando y la fiebre le había subido hasta hacerle enloquecer. No hay dinero para darle un par de botas pero capitanía puede tener una despensa llena de botellas de whisky. Lo más triste es que el soldado se alegra porque ahora estará un par de días en la enfermería y podrá descansar y comer algo caliente, además de ver unas cuantas enfermeras. Me parece que voy a robarme las botas, aunque con lo que me cuesta enfermar sólo conseguiré mojar mis calcetines y tener yagas en los pies.

Quiero ganar esta guerra, la guerra me lo debe. Sé que a los soldados del otro bando también se la deben pero esto forma parte de la plegaria: pedir y esperar. Quiero regresar a casa y pasar el resto de la vida olvidando esta puta guerra. Me siento como un artículo de museo, historia vivida lo llaman los historiadores, deberían llamarla historia sufrida. Es posible que la semana que viene (si aún estoy vivo) me den el fin de semana de permiso, hemos llegado a un puesto avanzado y la seguridad, aparentemente, es más eficaz, aunque la eficacia acostumbra a estar ligada con la cordura y en la guerra la cordura está reñida con la eficacia. Un sinsentido. La ciudad que hemos tomado es bastante singular, está habitada pero, como acostumbra a pasar con estas cosas, nadie sabe nada de la guerra, mejor dicho, nadie sabe nada del conflicto bélico, de la guerra saben que no llena sus barrigas ni abriga por las noches. Para la población civil la guerra sólo se pierde, lo único que cambia es que cuando los soldados regresan unos lo festejan mucho y otros lo festejan menos.

Lamento tanta desazón pero mentiría si te dijera que soy feliz. Después de esto no creo que vuelva a ser feliz, aunque hasta ahora tampoco tenía nada que decir, supongo que el sufrimiento y la melancolía animan más al intelecto que la felicidad, que suele animar al corazón.

Cuídate mucho, hermana.

Tu hermano que te quiere, a pesar de todo.
Phillip
              


    

    


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